III. EL PROBLEMA DEL PECADO

Cuando los primeros padres, o a quién representan, poseyeron sus almas dadas por Dios, estas almas fueron hechas en Su imagen, pero no tenían nada de la Esencia de Dios como parte de ellas. No obstante, se les dio la oportunidad de obtener la naturaleza de Dios, mediante oración por Su Amor que, al entrar en el alma humana por intermedio de la agencia del Espíritu Santo, transforma aquella alma, de la imagen de Dios a la Esencia de Dios. Pero los primeros padres, en vez de acudir a Dios y a Su Amor, sólo persiguieron el dominio de su entorno material y, en lugar de desarrollar sus almas para poder, así, participar de la naturaleza de Dios mediante el Amor Divino, optaron por el desarrollo de sus facultades intelectuales. Pues, es a través de los logros intelectuales que el hombre adquiere las posesiones materiales y riquezas mediante las cuales él mide su valor y que lo clasifica como un éxito, de acuerdo con los estándares mundanos. Y así se originó la historia de la manzana y el Árbol del Conocimiento. Y es a raíz de este conocimiento material que vino el pecado, porque el hombre se alejó de Dios para ser independiente de Él, y con ello vino el orgullo. Se convirtió en un ser engreído, cruel, insensible y despiadado, cuando había sido creado con un alma llena de amor humano, misericordia, ternura y compasión para con su prójimo. El hombre, así en su crueldad, perdió el uso de sus cualidades del alma y de la potencialidad de participar de la naturaleza del Padre, mediante el influjo del Amor Divino en su alma, y ésta fue la muerte que sufrió el hombre al pecar. Pues, dice Jesús, el cuerpo material no era la cuestión, sino, más bien, la pena por haber perdido la oportunidad de lograr la unicidad del alma con el Padre. Los hombres perdieron la potencialidad de la salvación, a través de convertirse en almas inmortales. La consecuencia del pecado, como explica Jesús, es la muerte espiritual: la pérdida de la oportunidad del alma de participar de la naturaleza de Dios y vivir. La muerte de la carne, Jesús nos asegura, es simplemente un incidente en el progreso del alma del hombre, desde la preexistencia hasta el punto donde regresa al mundo espiritual con su individualidad asumida en el momento de su encarnación, y manifestada en su cuerpo espiritual.

El problema del pecado, entonces, es la contaminación del alma durante su período de encarnación. El pecado, dice Jesús, son las transgresiones de las leyes de Dios, que fueron dadas a la humanidad por aquellos de Sus mensajeros quienes transmiten Su voluntad a los mortales que están atentos a sus sugestiones, ya sea porque son más puros de corazón y están más cerca del Padre, o por sus poderes psíquicos o mediumnísticos. En un mensaje muy interesante, firmado por Elías, él nos relata que le fue posible recibir mensajes del mundo invisible, mediante sus oraciones e instinto religioso. Aquí, quizás, la historia de los grandes fundadores y reformadores religiosos en todas partes del mundo y épocas, hasta la venida del Mesías. Todos ellos trataron de conducir al hombre a una vida de moral, y los Ocho Pasos del Buda, el Código de Hammurabi y el Decálogo de Moisés, quizás pueden ser vistos como el éxito que alcanzaron los mensajeros del Padre, al implantar en la mente del hombre una conciencia de la existencia de las leyes de Dios, que debían ser observadas por todos Sus hijos para la pureza de sus almas.

Algunos de los mensajes más sobresalientes de esta colección son aquellos de los Profetas del Viejo Testamento, como Elías, Samuel, Moisés y Daniel, quienes nos hablan de sus esfuerzos por desviar a sus compatriotas del pecado y error en la conducta de sus vidas, a un estándar de vida de ética, y tratando de dar eficacia a sus sermones por medio del recurso de la amenaza del castigo impuesto por un Dios furioso e iracundo. Explican que Su Amor no estaba disponible ni conocido por ellos como una realidad, y que concebían a Dios como un capataz severo, quien era vengativo y celoso “de Su nombre”. Su concepto más elevado del judaísmo que agracia las páginas más exaltadas del Viejo Testamento, era la fe intensa en Dios, rectitud y obediencia a Sus leyes. También aparece en las Escrituras, el tema del nuevo corazón – la promesa del Amor del Padre, a ser otorgado en la plenitud del tiempo, primero a los judíos y luego al resto de la humanidad, pero, hasta donde yo sé, éste es un tema al que nunca se le había dado el trato merecido en el estudio de la religión hebrea.

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