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El Verdadero Evangelio Revelado Nuevamente por Jesús
Volumen I, en formato PDF.
Bienvenido a nuestra página web! Les ofrecemos verdades profundas que Jesús reveló durante su vida en la tierra, y desea que hoy las conozcamos. El siguiente ensayo fue escrito por el Dr. Daniel G. Samuels y revela algunas cosas que quizás no hayan oído en otro lugar:
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Independientemente de lo que se pueda creer con respecto a la fuente de los mensajes de Jesús y de los Espíritus Celestiales, los contenidos son tan nuevos y revolucionarios, y a la vez tan apremiantes por su lógica y sublime simplicidad, que se amerita un serio estudio de los mismos, a fin de comprender su importancia y desafío.
En estos mensajes, Jesús de Nazaret se presenta como el Maestro de lo que él llama los Cielos Celestiales, donde sólo aquellos espíritus que poseen el Nuevo Nacimiento, mediante oración al Padre por su Amor Divino, pueden habitar en la luz y felicidad, y conscientes de su inmortalidad, a través de su unicidad con Él en la naturaleza de su alma.
Si estos son mensajes auténticos de Jesús y de sus espíritus celestiales, entonces por fin se ha dado a conocer a la humanidad la verdadera misión que Jesús proclamó en la tierra. Esta misión fue la de enseñar acerca de la transformación del alma del hombre, de la imagen de Dios – obra de la creación original – en la esencia misma de Dios, por medio del otorgamiento del Amor del Padre a aquel que busca este Amor con sincero anhelo. Reveló que Jesús fue el primero en manifestar el Amor del Padre en su alma, convirtiéndolo, así, en uno con el Padre en su naturaleza, y dándole una clara conciencia de su relación con el Padre y de la inmortalidad de su alma. Se demostró que en este progreso de su alma Jesús fue, en realidad, el Hijo verdadero de su Padre, no en el sentido metafísico y misterioso de un nacimiento virginal hipotético, sino a través del Espíritu Santo, aquella agencia del Padre que lleva Su Amor a las almas de aquellas de sus criaturas que lo busquen, mediante oración sincera. Trae a la luz que Jesús nació de María y de José, de padres humanos como otros seres humanos, siendo, no obstante, el Mesías prometido a los hebreos y a la humanidad en el Antiguo Testamento. Pues, dondequiera que él enseñaba las "buenas nuevas" de la disponibilidad del Amor Divino de Dios, y que este Amor es lo que otorga la inmortalidad al alma al recibirlo en abundancia, Jesús llevaba consigo la naturaleza de Dios – el Reino de Dios. Al mismo tiempo, Jesús nos dice, que él no era Dios, como tampoco era su madre María la madre de Dios, ni una virgen después de su casamiento con José, sino que ella fue realmente la madre de ocho hijos, de los cuales él, Jesús, fue el mayor, y que tenía cuatro hermanos y tres hermanas carnales, y no primos como se relata en algunas versiones de la Biblia.
Él relata, además, que no vino a morir en una cruz, ni que el derramamiento de su sangre trajo o traerá la remisión del pecado. Él también hace añicos las afirmaciones consagradas por el tiempo, y que ahora se encuentran en el Nuevo Testamento, que él haya instituido un sacramento de pan y vino en la Ultima Cena, en la víspera de su detención. Esta aseveración piadosa, él afirma, nunca fue suya, ni ha sido enseñada, jamás, por ninguno de sus apóstoles o discípulos, sino que fue insertada alrededor de un siglo después, para que tal doctrina pudiera concordar con las ideas que prevalecían entonces entre los griegos convertidos al cristianismo. Una comunión con el Padre Celestial nunca puede tomar lugar a través de la errónea noción de que Jesús tenía que ser empalado a una cruz por los soldados romanos, bajo la orden de Pilatos, el Procurador de Judea, y en convenio con los altos sacerdotes incomprensivos, para que él pareciese un sacrificio por el pecado. No existe sacrificio por el pecado, afirma Jesús, y su sangre seca no puede hacer lo que sólo el hombre mismo debe hacer, mediante el arrepentimiento y oración al Padre Celestial para efectuar ese cambio en su corazón, renunciando su alma, así, a la maldad y al pecado, y abrazando la rectitud. La ayuda del Padre en la eliminación del pecado del alma humana consiste en Su Amor Divino que, al entrar en el alma mediante oración, remueve el pecado y el error de aquella alma, no sólo purificándola, sino transformándola, también en un alma divina y en unión con la naturaleza del Alma Suprema del Padre. Esta verdadera comunión que Jesús mismo alcanzó, él declara, es la única comunión entre Dios y Sus hijos que el Padre ha provisto para su salvación y vida eterna con Él. La expiación vicaria, afirma Jesús, es un mito y su aparición en el Nuevo Testamento es una de muchas declaraciones falsas insertadas allí para que armonicen con conceptos posteriores respecto a la relación de Jesús con el Padre, que estos últimos copistas griegos y romanos no entendían. Es terrible creer que Dios, a fin de llevar a cabo el sacrificio de Su Hijo, aprobara la detención ilegal de Jesús en la Pascua de los Hebreos, los latigazos sangrientos, la traición de Judas, el evidente juicio injusto de los altos sacerdotes y Sanedrines, así como el temor de Pilato de una revolución en Judea contra el régimen Romano, para justificar la muerte inhumana de Jesús, su Mesías, en una cruz. ¡Como si Dios tuviera necesidad de cometer a través de la crueldad y el pecado, aquella misma crueldad y pecado que Él desea erradicar de Sus hijos!
A la luz de estos mensajes, ciertamente se amerita una nueva interpretación de la muerte de Jesús en la cruz. Las iglesias ortodoxas enseñan que Jesús se entregó voluntariamente como sacrificio por el pecado porque él amaba a la humanidad, al grado de su propio sacrificio, y porque, como el Mesías, había venido para ese propósito. Él, supuestamente tomó el lugar del sacrificio hebreo, el cordero, y en el Nuevo Testamento es llamado el "Cordero de Dios".
De hecho, el sacrificio de un animal en el Viejo Testamento, nunca pretendió erradicar el pecado, y esto es demostrado mediante el hecho de que, aunque estos sacrificios fueron permitidos durante el cautiverio Babilónico, la gente todavía mantuvo su fe en la redención mediante el alejamiento del pecado y búsqueda de Dios, a través de una vida de conducta moral y ética.
De hecho, Jesús se sacrificó, pero de una manera que nunca fue relatada o entendida por los escritores del Nuevo Testamento. Jesús fue a la muerte porque se rehusó a negar su misión: que, como el primer ser humano en obtener, mediante la oración, un alma inmortal llena de la esencia del Padre – el Amor Divino – él fue, de esta manera, el primer hijo verdadero de Dios y, por lo tanto, el Mesías. Jesús pudo haber salvado su vida, de haberse retractado durante su juicio, pero murió porque permaneció fiel a sí mismo, fiel a su condición de Mesías, y fiel al Padre que lo había enviado. Jesús sacrificó su vida entera predicando el Amor del Padre: él renunció a su hogar, su oportunidad de casarse y tener una familia propia, la oportunidad de dedicarse a la tranquila profesión de un carpintero Nazareno; en su lugar, optó por el odio y la oposición de aquellos que no entendían y prefirieron el statu quo; prefirió la incomprensión de sus seres queridos, quienes lo consideraron un demente e intentaron alejarlo de Galilea; optó por realizar recorridos y viajes constantes que a menudo no tenía un lugar donde reposar su cabeza; optó por predicar en el Templo en Jerusalén, perseguir a los prestamistas de dinero, desafiar la conspiración de aquellos que querían su muerte, e hizo frente valientemente a las consecuencias de lo que él sabía que ocurriría inevitablemente. Sí, Jesús se sacrificó, pero ya es hora de dejar a un lado el mito y la metafísica, y de saber y darse cuenta de lo que consiste aquel sacrificio. Cuando comprendamos su sacrificio, entonces Jesús se manifestará en toda su grandeza, en toda su valentía, en toda su serenidad, perdón y amor hacia la humanidad, con su fe absoluta en el Padre y en Su Amor, en aquel día de su enseñanza, tribulación y muerte.
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